El hierro tiene el número atómico 26 y se encuentra tanto en la parte externa de la Tierra como en su núcleo interno. También es el material que le da nombre a uno de los tantos superhéroes del cómic de origen estadounidense y que, al momento, lleva tres películas con su nombre.
Por insistencia boletera, estamos ahora ante la cinta Iron Man 3 (2013), dirigida con agitación y ruido por Shane Black (también coguionista), donde todo se reduce al combate entre el bien y el mal de manera electrizante, como el choque de la piedra con el coyol.
Desde la primera película, en el 2008, dirigida por Jon Favreau, supimos que Tony Stark es un tipo millonario gracias a la poderosa industria de armas, de la que es propietario. Atrapado en una cueva de Afganistán, por circunstancias que muchos conocen, sale convertido en el Hombre de Hierro (Iron Man) rudimentario, propio del comienzo.
Sin misterio. De ahí pasó a ser un superhéroe simpático y justiciero. Sí, el fabricante de armas. Estos son los sesgos ideológicos que se permite el cine de Hollywood. En la segunda película, del 2010, también dirigida por Favreau, Tony Stark confiesa su identidad, lo que le quita ese halo de misterio de otros superhéroes.
Ahí confirmamos que dicho fabricante de armas puede hacer sofisticadas indumentarias para vestirse como Iron Man y que también se puede meter una borrachera dentro de uno de sus trajes. Así, el cine lleva al extremo las características que el creador de este Hombre de Hierro, Stan Lee, le dio en los conocidos cómics.